Después de alcanzar la cima de mis ambiciones, me olvidé de Dios y de la responsabilidad que debería tener para con su iglesia, mi familia y conmigo mismo. De esta manera me involucré con las formas más densas de pecados, me convertí en adúltero, manché mi alma en el barro de la inmoralidad y destruí mi matrimonio, perdí a mi esposa e hijos, me quedé tirado en la cuneta por mucho tiempo como un alcohólico, adicto a las drogas, una vergüenza para quienes alguna vez me admiraron. Sin embargo, después de mucho tiempo bajo la lepra del pecado, Dios de los cielos se acordó de mí, consideró cuando todavía le era fiel y me extendió sus manos. Me sacó del fondo de un pozo lleno de inmundicia y me hizo comprender su grandeza en el amor y el perdón. Me dio otra oportunidad, otra oportunidad para empezar de nuevo y mis pies volvieron a estar firmes sobre la roca eterna, Cristo me hizo renacer.